Opinión 

Il miglior fabbro

Los hospitales de Piano, la historia de una caja

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Il miglior fabbro

Los hospitales de Piano, la historia de una caja

Luis Fernández-Galiano 
01/08/2022


Renzo Piano Building Workshop, Centro infantil de cuidados paliativos, Bolonia (Italia)

¿Sabes quién ha escrito esto? El 7 de agosto de 2021, Renzo Piano me envía una imagen del lacónico interior de su refugio en los Alpes suizos, otra de la vista bucólica desde su ventana y una tercera de un recorte amarillento, copiosamente subrayado. ¿Puede ser un texto tuyo? Lo es, apareció en El País el 14 de junio de 2003 bajo el título ‘Feria de vanidades’, y le hago llegar el artículo completo junto a las vistas desde nuestra casa en Zahara de los Atunes, al borde del Atlántico. Me alegra saber que eras tú, es muy interesante, y nos ayuda a todos recordando lo que importa, ¡y lo que no importa en absoluto! Tenemos que hablar, te echo de menos en estos tiempos difíciles. Renzo llama al poco, y explica que su preocupación con lo que importa y lo que no proviene de su experiencia de la pandemia y del desafío de diseñar al mismo tiempo seis nuevos hospitales: tres en Grecia financiados por la Fundación Niarchos, dos en Italia y el mayor de Francia, en el norte de París. Ha terminado hace poco un hospital infantil en Uganda, que aparecerá el próximo mes en Arquitectura Viva, pero ahora toda su atención se centra en los seis proyectos europeos.

Un mes más tarde recibo en Madrid un voluminoso sobre con documentación de los seis hospitales, marcada con post-its amarillos manuscritos y precedida por una carta fechada en Génova el 2 de septiembre, donde con su característica caligrafía verde Renzo presenta los proyectos destacando que son en todos los casos de bajas emisiones (y en algunos de cero emisiones), además de perseguir la excelencia técnica y humana, y reitera la invitación a hablar sobre algo que le preocupa tanto. Lo hacemos por Skype el día 13, poco antes de que viaje a Los Ángeles para inaugurar el Museo de la Academia, con la espectacular burbuja que ha fotografiado Iwan Baan, y Renzo describe los hospitales en marcha, extendiéndose sobre el infantil de Bolonia, casi terminado y sobre el especializado en implantes que construirá cerca de Palermo para la Universidad de Pittsburgh. En todos me asegura perseguir la tríada vitruviana, entendiendo la firmitas como sostenibilidad, la utilitas como la ética solidaria que abrevia el término latino pietas, y la venustas inevitablemente como belleza, resumiendo su empeño como «ser útil para hacer un mundo mejor».

Nos comprometemos para una conversación más extensa, y mientras Laura Mulas comenta con Stefania Canta los plazos y detalles de la publicación de los proyectos de hospitales, programamos un número de la revista con sus últimas realizaciones en Hollywood, Moscú, Nueva York y París. Pero nada nos prepara para la sorpresa de recibir, el 28 de enero de 2022, una monumental caja de madera que contiene en su interior ocho cajas de cartón, en cuyas tapas Renzo ha manuscrito el contenido de cada una: los seis hospitales de que venimos hablando, el de Uganda que hemos publicado ya, y una última caja con dos antecedentes, el módulo ARAM realizado en 1970 con Richard Rogers y la guía de diseño de hospitales redactada en 2000 para el Ministerio de Sanidad italiano, y con dos proyectos relacionados, el centro de neurociencias en la Universidad de Columbia terminado en 2016 y el instituto de investigación sobre salud pública en la Johns Hopkins de Baltimore, hoy en curso. La gran caja viene introducida por una carta fechada el 23 de enero donde Renzo reconoce que es documentación excesiva para preparar una conversación, pero asegura haberla reunido también para sí mismo, absorbido como está por el tema hospitalario, y me insta a hablar de nuevo sobre el asunto, invitación que reitera con una nueva carta el 2 de febrero: una conversación que finalmente llevamos a cabo el 15 de ese mes, desarrollando en ella los temas anunciados en los dos mensajes, que transcribo notarialmente con las notas tomadas en su transcurso.

«En este momento estoy dedicado enteramente a los hospitales, en el terreno humano, el técnico y el artístico. Son lugares de pasión, de pathos, a la vez sufrimiento y emoción, lugares en los que el tiempo se detiene y donde contienes el aliento. Son lugares también donde la ciencia y la técnica se despliegan, donde la ética civil tiene su fundamento, y donde la belleza puede ser curativa. Mi primer proyecto lo hice con Richard Rogers, antes del Beaubourg, era un módulo móvil para una asociación de medicina rural basada en Washington, y hace veinte años redacté un informe sobre el diseño de hospitales para mi amigo Umberto Veronesi, que era entonces ministro de Sanidad, donde se ponía énfasis en la imprescindible excelencia humana del proyecto arquitectónico. En la antigua Grecia, antes del desarrollo de la ciencia médica, a los hospitales los llamaban Asclepeion, y eran lugares de gran belleza, por el entorno natural, el clima, las proporciones, la luz… pero hoy la belleza ha sido secuestrada por el marketing, y se ha convertido en algo frívolo.

»El hospicio de Bolonia de cuidados paliativos para niños sin esperanza es un proyecto muy difícil, y lo hemos suspendido en el bosque buscando la belleza de una compasión que te hace caer de rodillas, y donde los árboles alrededor son una metáfora de la curación. Pero en el siglo XX hemos creado monolitos, edificios de diez o más plantas cuando los pabellones que no superan las tres son siempre preferibles, y quizá deberíamos unir lo mejor de ambos modelos, la humanidad del XIX y la funcionalidad del XX. Lo hemos comentado a menudo, nuestra profesión ha sido traicionada por la fascinación de la moda, ha olvidado la vida, y debemos recuperar su vieja dignidad. En París, que es un lugar de peligro, construiré un gran hospital donde la cota entre plantas es de 4,5 metros, 3 libres y 1,5 de instalaciones, aunque 4,8 metros hubiera sido mejor; en el Beaubourg eran 6 metros, para asegurar la flexibilidad frente al cambio y el futuro, y al final se cierra cada 25 años para remodelarse: la cultura se transformó después del 68, pero Beaubourg no cambió los museos, solo hizo visible el cambio.

»Lo mismo pasará con los hospitales, que deberán adaptarse a los cambios en la ciencia y la tecnología médicas, con edificios compactos y ligeros, que expliquen y celebren su condición. En Uganda, por ejemplo, el hospital infantil lo hace a través de la vegetación, la jacaranda, y del material, la tierra; en el que estoy construyendo en Grecia cerca de la frontera de Turquía —y donde las emergencias son gratuitas, porque la gente debería ser igual frente a la salud y la enfermedad— el material es la madera, y en París, la cerámica, buscando siempre una cierta limpieza inocente que los distinga semánticamente de la oficina, la escuela o el museo. El hospital es un lugar serio, donde la vida se suspende como en apnea, y también un lugar poético, donde ocurren milagros, por lo que no puede ser exclusivamente racional. Al cabo, son lugares de dignidad donde se celebra la vida humana. Mi amigo Sebastião Salgado, que es vecino mío en París, acaba de publicar un libro sobre la Amazonia, y en él explica que en los poblados de esa selva impenetrable, ¡la persona más importante es el arquitecto!, aquel que tiene la destreza para construir. Es el milagro del cobijo, y yo estoy persiguiendo ese respeto para nuestra profesión».

En el canto XXVI del Purgatorio, Dante elogia al poeta Arnaut Daniel, al que describe como ‘il miglior fabbro’. T.S. Eliot usó la misma fórmula para dedicar The Wasteland a Ezra Pound, y no se me ocurre mejor término para calificar al autor de los hospitales contenidos en la caja de este relato.


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