Opinión 

Las tres vidas de Alejandro de la Sota

Luis Fernández-Galiano 
31/12/1997


Los hombres del Renacimiento aspiraban a reconciliar el placer con el poder y la sabiduría. Siguiendo la tradición platónica que tan bien recogió Plutarco, la vida humana debía reunir voluptas, potentia y sapientia, y ése es el origen de tantas disertaciones de los humanistas en las que se preconiza la emulación simultánea de Paris, Hércules y Sócrates, o bien la veneración conjunta de Venus, Juno y Minerva. En la habitual ordenación clásica ternaria, esta insistencia en la variedad multidimensional de la vida se expresa en ocasiones como ánimo de integrar lo deleitante, lo práctico y lo teórico, en continuidad con los poderes de un alma que se juzga dotada de sensibilidad, fuerza e inteligencia. Tales conjunciones, que recordarán a los arquitectos la venustas, firmitas y utilitas de la familiar triada vitruviana, tenían su expresión canónica en la reiterada presentación de las tres vidas: la vita voluptuosa, la vita activa y la vita contemplativa; tres vidas que, según los casos, aparecen como alternativas, y así se le presentan a Poliphilo en la famosa escena en que debe elegir entre tres puertas que conducen al amor, a la gloria del mundo y a la gloria divina; o bien, en ocasiones, como etapas sucesivas, no muy diferentes de las arcaicas tres edades del hombre —la juventud fogosa, la madurez activa y la vejez reflexiva— que permiten reconciliar lo diverso ordenándolo en el tiempo. Esta última interpretación de las tres vidas es la que aquí se ha elegido como artificio retórico para orquestar narrativamente la biografía profesional de Alejandro de la Sota: una trayectoria testaruda en algunas convicciones esenciales, pero también descoyuntada en etapas por varios quiebros existenciales... [+]


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