Opinión 

La voz de la disciplina

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La voz de la disciplina

Luis Fernández-Galiano 
01/01/2023


La influencia intelectual del padre ingeniero y de los jesuitas de Tudela forjan la personalidad primera de este navarro que corre los sanfermines mientras prepara el ingreso en la Escuela de Arquitectura de Madrid. En ella, Alejandro de la Sota le descubre la abstracción de Mies van der Rohe, pero el organicismo de Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto gana la partida escolar, y el joven estudiante se ejercita durante tres años en el estudio de Francisco Javier Sáenz de Oíza. Tras titularse, un año en el estudio danés de Jørn Utzon —por entonces forcejeando con la construcción de la Ópera de Sídney— y dos en la Academia de España en Roma dan a la formación del arquitecto una inconfundible pátina clásica y escandinava, que pronto entrará en resonancia con la influencia teórica de Aldo Rossi y Robert Venturi.

Geometría y tipo

Aquí se ha decidido iniciar su trayecto profesional con tres obras construidas durante los años setenta, que conjuntamente expresan bien el inquisitivo interés de Moneo por el tipo y la geometría como instrumentos para la conformación de la ciudad. El edificio de viviendas sobre el Urumea, más allá de los gestos orgánicos de su fachada, propone una modificación sustantiva del tipo residencial habitual en esta zona de San Sebastián; la madrileña sede de Bankinter, respetando el palacete sobre la Castellana y levantando tras él una exquisita fachada de ladrillo aplantillado sin llaga, se subordina a la geometría y al material de lo existente para dar una refinada lección de contextualismo que sería extraordinariamente influyente en la cultura arquitectónica del país, hasta llegar a constituir un punto crítico de inflexión en la modernidad convencional; y el Ayuntamiento de Logroño singulariza la institución en el tejido urbano con un violento quiebro que arquitectónicamente se interpreta con una eficaz síntesis de los modelos de la Tendenza italiana y los rasgos lacónicos de la democracia nórdica. El ya profesor Moneo —catedrático desde 1970 en la Escuela de Arquitectura de Barcelona— interpreta cada proyecto de forma diferente, pero en todos incluye una meditada declaración disciplinar.

Continuidades históricas

En 1980 obtiene el encargo de la que será su obra más celebrada, el Museo Nacional de Arte Romano en Mérida, pero durante la primera mitad de los ochenta desarrolla también otros dos proyectos que obligan a revisar las relaciones entre historia, continuidad y carácter: la sede de Previsión Española en Sevilla y la Estación de Atocha en Madrid. Mérida es sin duda una obra feliz, donde el difícil desafío de construir sobre unos valiosos restos arqueológicos se resuelve con inesperada naturalidad, y donde la evocación de la imponente escala de la arquitectura romana se aborda con la regularidad rítmica y los ascéticos detalles de un galpón industrial refinado y rotundo, culto y popular a la vez; la Previsión sevillana, junto al Guadalquivir y la Torre del Oro, se inserta en la veduta romántica de la ciudad con sensibilidad pintoresca y materiales exquisitos, respetando el carácter del lugar para levantar un edificio más palaciego que financiero, y más intemporal que historicista; y Atocha, por último, amplía la marquesina de la vieja estación con un colosal espacio hipóstilo, creando además una nueva plaza flanqueada por la nave, un campanile de sabor nórdico y un volumen cilíndrico delimitado por robustos pilares cerámicos. Cuando todas estas obras están en construcción, Moneo —que ya había enseñado en Estados Unidos en 1976-77 y 1982— recibe una oferta que no puede rechazar: desempeñar en Harvard el papel que en su día correspondió a arquitectos europeos de la talla de Gropius o Sert, y desde 1985 hasta 1990 —trasladado a Cambridge con su familia— será Chairman de Arquitectura en la Graduate School of Design.

Interpretación e invención

Durante los años de Harvard, y mientras España se prepara para las efemérides de 1992, Moneo inicia varios proyectos que combinan en dosis diferentes interpretación e invención, y que se terminan todos en la proximidad del annus mirabilis: la Fundación Pilar y Joan Miró en Palma de Mallorca, donde sigue las huellas del mismo Sert que le precedió en la GSD, y cuya ampliación interpreta con geometrías estrelladas de fortaleza mediterránea y la luz ambarina de las fachadas de alabastro; el edificio L’Illa Diagonal, un gran proyecto inmobiliario que desarrolla con Manuel Solà-Morales sobre tres manzanas del Ensanche barcelonés, y cuyo programa mixto de oficinas, viviendas, hotel y centro comercial se resuelve con un único hueco repetido en la interminable fachada de granito, que se exfolia en los extremos para evitar la monotonía; y el Museo Thyssen-Bornemisza, alojado en un palacio neoclásico del paseo del Prado madrileño —ya desventrado por su anterior uso bancario—, que Moneo reinterpreta invirtiendo el acceso, creando un gran zaguán de entrada y diseñando para las salas en enfilade unos lucernarios-linterna que utilizará después en otros museos, de Estocolmo a Houston. El arquitecto, que había estado presente en la Barcelona de los Juegos con dos edificios en construcción (L’Illa y L’Auditori) y en la Sevilla de la Expo con el aeropuerto de San Pablo —inspirado por la mezquita cordobesa, lo mismo que la ampliación de Atocha para alojar la alta velocidad con Sevilla— regresa a Madrid en vísperas de su capitalidad europea de la cultura, que dejaría la compra e instalación en la ciudad de la colección Thyssen como acaso el fruto más perdurable de un año irrepetible.

Geografía del paisaje

Rafael Moneo había iniciado en 1989 el pequeño y refinado Davis Museum en Wellesley College, y comenzaría en 1992 el gran volumen compacto del Museum of Fine Arts en Houston —sus primeras obras americanas, dos cubos coronados por lucernarios y al servicio del arte—, pero entre 1990 y 1991 proyecta tres obras en Europa que muestran magistralmente la tensión entre el respeto y la ruptura al construir en paisajes geográficos o urbanos: el Kursaal de San Sebastián es un auditorio y centro de congresos que puede ser descrito con la metáfora suministrada por el propio arquitecto, dos rocas varadas en la playa, y cuya geometría cristalina pertenece a la costa accidentada antes que a la ciudad regular; los Museos de Arte y Arquitectura de Estocolmo se integran en el paisaje horizontal y en el perfil pintoresco de la isla que los acoge con un romanticismo casi escandinavo, por más que la agrupación arracimada de las plantas y la coronación de lucernarios provengan de proyectos anteriores en España; y la ampliación del Ayuntamiento de Murcia daría la réplica a la fachada barroca de la catedral con un retablo pétreo de desafiante abstracción y exacto ritmo aleatorio, creando una imagen de memorable musicalidad.

El arte y lo sagrado

En 1996 al arquitecto se le otorgó el Premio Pritzker, y su entrega en Los Ángeles coincidió felizmente con su designación para proyectar la catedral católica de la ciudad, un encargo de singular importancia social y simbólica, y que Moneo ejecutó combinando la visibilidad de sus formas aristadas desde la autopista a sus pies con las innovaciones litúrgicas de su interior, reconciliando así la cultura del automóvil con los espacios sagrados; no menor trascendencia tendría la ampliación del Museo del Prado, iniciada en la misma fecha, y que vendría a completar una extraordinaria secuencia de intervenciones a lo largo del eje Prado-Castellana, de la sede de Bankinter a la estación de Atocha, e incluyendo el Museo Thyssen y la ampliación del Banco de España —un proyecto de admirable subordinación a lo existente, ganado en concurso en 1978 y completado sólo en 2006—, para mostrar que el Moneo de los éxitos internacionales, del Zoco de Beirut a los laboratorios en Basilea o en las universidades de Harvard, Columbia y Princeton, podía también ser profeta en su tierra; y especial significado cabe también atribuir a la parroquia Iesu en San Sebastián, un espacio lírico construido con luz y financiado con el supermercado que se aloja bajo él, reuniendo como en Los Ángeles lo sagrado y lo profano.

La versatilidad de la disciplina

En el siglo XXI, Rafael Moneo ha continuado mostrando la versatilidad de su enfoque disciplinar levantando edificios culturales —de la Fundación Beulas o el Museo del Teatro Romano de Cartagena a la Biblioteca de la Universidad de Deusto o el Museo de la Universidad de Navarra—, pero también obras sanitarias como el Hospital Materno Infantil en Madrid, cívicas como el Centro de Convenciones de Toledo o comerciales como el Hotel Mercer y la Torre Puig. Y especialmente próximas a su sensibilidad hacia la tierra y hacia la historia son las dos obras que cierran este itinerario, la topográfica bodega en El Bierzo y la cultamente contextual construcción en la berlinesa Schinkelplatz, a las que se añaden dos proyectos muy queridos por el arquitecto, el Centro de Congresos de Córdoba y la ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde el maestro de toda una generación muestra la rara combinación de rigor y libertad con la que ha desarrollado una carrera de extraordinaria brillantez profesional e intelectual, sin duda la más destacada del último medio siglo español, y a la que nos honra dedicar la monografía con la que doblamos el cabo de los 250 números.


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