Opinión 

La humanidad inhumana

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La humanidad inhumana

Luis Fernández-Galiano 
01/04/2023


Traslado de miembros de las maras al Centro de Confinamiento del Terrorismo © Gobierno de El Salvador

La distopía existe, y está en El Salvador. En este pequeño país centroamericano, de abrupta geografía sobre el Pacífico, un clima tropical y la densidad de población más alta del continente, la presidencia de Nayib Bukele ha puesto en marcha un experimento social insólito, arcaico y futurista a la vez. Tradicional en sus valores morales, que excluyen el aborto o la eutanasia, y visionario en la adopción del bitcoin como moneda de curso legal y emblema de una nueva ciudad que quiere hacer del país un Singapur con volcanes, el régimen autoritario y populista de este presidente ‘millennial’ está construyendo una distopía respaldada por la opinión y las urnas. Aunque se le ha comparado con Trump y Bolsonaro, el mandatario salvadoreño no ha fracturado el país, sino que lo ha aglutinado en torno a su síntesis posmoderna de demagogia caudillista y revolución digital. De ascendencia palestina y experiencia empresarial, alcalde de la capital bajo la bandera izquierdista del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, Bukele llegó a la presidencia a los 37 años con mayoría absoluta y el prestigio carismático que le permitió fundar su propio partido.

El Salvador sufre el azote de las pandillas violentas, que han causado 120.000 muertes en los treinta años transcurridos desde el fin de la guerra civil en 1992, un conflicto con un balance de 75.000 víctimas y la instauración de un régimen bipartidista liquidado en 2019 por el ascenso a la cúspide de Bukele, cuya primera medida fue enfrentarse a los 70.000 miembros de las maras a través del Plan de Control Territorial, que incluía una megacárcel —construida en menos de siete meses— para 40.000 reclusos. El país, que llegó a tener más de 100 homicidios por 100.000 habitantes, ha reducido la tasa a 7,8 en 2022, pero esta mejora se ha logrado mediante un estado de excepción reiteradamente prorrogado que suspende garantías constitucionales, y con la brutal disciplina que muestran las imágenes difundidas por el Gobierno, donde los cuerpos tatuados y la cabeza rapada de los pandilleros evocan a la vez el horror del matadero industrial y la pesadilla de un infierno zombi: ese ejército derrotado y desnudo es un acta de acusación para una sociedad donde tantos jóvenes no encuentran otra fraternidad que la de las siniestras maras de la tinta.

Y en vertiginoso contraste con este paisaje humano de desesperación y deterioro, el país construye su reverso digital con un proyecto onírico, una ciudad circular a los pies del volcán Conchagua, diseñada por el arquitecto mexicano Fernando Romero y bautizada como Bitcoin City, ya que espera atraer a empresas tecnológicas vinculadas a las criptomonedas, a las que se ofrece exención de impuestos y la posibilidad de desarrollar la minería monetaria digital usando la energía de la actividad volcánica, que también alimentaría a la propia urbe. La ciudad, promovida junto al denominado Aeropuerto Internacional del Pacífico y un puerto marítimo, se financiaría con los ‘Bonos Volcán’ en bitcoins, pero tanto la volatilidad de las criptomonedas como la rebaja en la calificación del riesgo del país arrojan sombras sobre esta propuesta de ciencia ficción, el proyecto estrella del presidente Bukele. Entre esta nueva Jerusalén digital y la Babilonia satánica del Centro de Confinamiento del Terrorismo, El Salvador ofrece un espejo oscuro donde contemplar unos tiempos que no hacen sencillo separar los sueños utópicos de los monstruos distópicos.

Fernando Romero, Bitcoin City


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