El malestar hipotecario produjo una burbuja violenta. Su estallido ha dejado tras de sí un paisaje asolado, y todavía no entendemos bien cómo la hinchazón inmobiliaria ha podido deflagrar con efectos tan devastadores. El término burbuja evoca la ligereza efervescente de las pompas de jabón o los globos de helio, y estas connotaciones léxicas nos hicieron esperar el pinchazo de la burbuja inmobiliaria con la atención distraída del que ve acercarse un alfiler a la superficie turgente de un globo hinchado. Sin embargo, la detonación amable que aguardábamos ha generado una onda expansiva de inusitada intensidad, que ha desmantelado la arquitectura financiera del planeta, ha sumido las economías en una crisis sin precedentes próximos, y ha provocado unas fracturas sociales que ponen en peligro la estructura institucional de muchos países: riesgos éstos especialmente graves en España, donde la hipertrofia del sector inmobiliario y el colosal déficit exterior se han traducido ya en un espectacular incremento del paro.

Nuestro paisaje después de la burbuja es más inquietante que el de otros —como sugiere el deterioro de las cuentas públicas, y la reciente rebaja en la calificación de la deuda—, y si es cierto que la crisis del capitalismo liberal fraguado en los ochenta con la desregulación tiene un carácter sistémico, no lo es menos que los practicantes más fervorosos del modelo anglosajón —Estados Unidos y Gran Bretaña, pero también España— se enfrentan a desafíos de mayor envergadura, algo que aquí vendrá dificultado por la menor trabazón y consistencia del andamiaje institucional, que por desgracia adolece de la precariedad frágil de una democracia aún adolescente, y también por un clima social de individualismo narcisista, que busca la gratificación instantánea dando por supuestas y gratuitas tanto la prosperidad como la libertad: nos enfrentamos a la tormenta perfecta de la economía con un país de cigarras, cuando necesitaríamos la multitud caudalosa de hormigas laboriosas y cautas que hizo posible la Transición.

Desde la arquitectura debemos explorar los territorios escombrados por la explosión inmobiliaria con una atención renovada a la economía y a lo colectivo, huyendo tanto del exceso despilfarrador y la abundancia ostentosa del periodo que ahora se cierra como del exhibicionismo pirotécnico y el hedonismo autorreferente de la era del espectáculo. En ese ‘malpaís’ de escorias y ceniza dejado tras de sí por la erupción financiera, bajo el que no se reconocen ya los paisajes familiares de la indulgencia y el capricho, parece imprescindible levantar una arquitectura de la necesidad, a la vez lacónica y coral, donde la disciplina de la austeridad se reúna con el placer y la conveniencia de lo comunitario. Y en todo caso, agotadas las metáforas catastróficas que, del sismo al tsunami, presentan este cataclismo económico como un desastre natural, resulta igualmente importante evitar que la actual conciencia de estado de excepción desdibuje la genuina emergencia que para la naturaleza representa el acelerado cambio climático.

En el marco de este ‘estado de la cuestión’, presentar un conjunto de casas asequibles, sean prefabricadas o elementales, como han hecho el MoMA neoyorquino y la Trienal milanesa, está en sintonía con la demanda de unos tiempos que reclaman una arquitectura ascética y una construcción astringente. Pero el inevitable énfasis en la casa unifamiliar que conllevan los procesos seriales de fabricación vinculan el sueño arquitectónico de la industria con construcciones necesariamente exentas, incompatibles tanto con la ciudad compacta exigida por el ahorro energético en climatización y transporte o por el ahorro material en edificación e infraestructuras, como con el hábitat urbano imprescindible para recuperar la cohesión social y el sentido colectivo de responsabilidad que debe ser la argamasa de una era postnarcisista. Si la casa asequible se entiende como el laboratorio de la vivienda asequible, los paisajes posteriores al estallido de la burbuja habrán comenzado a gestarse en estas experiencias extremas.


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