La intervención tiene como estrategia la unión de los tres programas —terminal, torre de control y dos espacios de talleres— mediante un gesto formal que evite la imagen de un artefacto extraño aterrizado sobre los campos, manteniendo al mismo tiempo su carácter de referencia. Para ello, una gran envolvente a modo de manto continuo cubre el edificio y unifica sus diversas funciones y estructuras, plegándose a ambos lados de la torre de control para dibujar una marcada curva como gesto único y reconocible.

Recortado sobre la superficie limpia y amplia de los campos de cultivo, el edificio no busca las habituales metáforas formales de alas, aves o del mundo de la aerodinámica y la tecnología; en este caso, la combinación de acabados —vegetación, madera y chapa microperforada lacada— aporta una serie de texturas y tonos que remiten al entorno agrícola, vinculando así el aeropuerto al territorio en el que se inserta. La traslación de los colores de los cultivos a la cubierta y la fachada, cambiada de escala y regularizada, no pretende un mimetismo, sino una alusión directa al carácter del terreno, a su identidad. El resultado es una arquitectura que responde a los complejos requerimientos aeronáuticos, pero también a los territoriales y paisajísticos, revalorizando así su entorno, algo poco habitual en este tipo de instalaciones...[+]