Opinión 

Estilos de Estado

El clasicismo de Trump

Luis Fernández-Galiano 
31/03/2020


Donald Trump propone el clasicismo arquitectónico como estilo de Estado. El texto preliminar de una orden ejecutiva obtenido por la revista Architectural Record establece unas nuevas normas para la arquitectura promovida por el Gobierno. Bajo el título ‘Making Federal Buildings Beautiful Again’ —que evoca su lema electoral ‘Make America Great Again’—, el documento explica que los padres fundadores eligieron la arquitectura de la Atenas democrática y la Roma republicana para sus primeros edificios porque expresaba bien los ideales de autogobierno de la nueva nación, y defiende la adopción del clasicismo para las obras que se promuevan en el futuro, e incluso para las reformas que se aborden en los edificios existentes. La única excepción sería el tradicionalismo regionalista en zonas donde está arraigado, como ocurre con el estilo colonial español en el sur del país, pero las obras se proyectarían siempre con un lenguaje premoderno.

En la orden se censura el trabajo del ‘Design Excellence Program’ de la General Services Administration, influido por ‘el Brutalismo y el Deconstructivismo’, y se citan tres obras como ejemplo de lo que no debe repetirse: el US Federal Building en San Francisco, diseñado por Morphosis, el estudio de Los Ángeles que lidera el premio Pritzker Thom Mayne; el US Courthouse en Austin, proyectado por Mark Scogin —un catedrático de Harvard que en 1990 sustituyó a Rafael Moneo como Chairman de arquitectura— y su esposa Merrill Elam; y el US Courthouse en Miami, que realizó la firma Arquitectonica, una multinacional que dirigen Bernardo Fort Brescia y Laurinda Spear. Completados entre 2007 y 2012, ninguno de estos tres grandes edificios ha tenido una recepción crítica entusiasta, de manera que constituyen un blanco fácil para los venablos antimodernos de la orden presidencial, cuyo borrador se ha conocido al mismo tiempo que dimitía el director del programa.

El programa de excelencia en el diseño que promovió estas obras usaba como referencia los ‘Guiding Principles for Federal Architecture’ redactados para Kennedy en 1962 por el senador Daniel Patrick Moynihan, que defendía la expresión de los valores contemporáneos, evitando ‘un estilo oficial’, y recomendando incluso que se pagase «un coste adicional para evitar la excesiva uniformidad» en los edificios de la Administración. Medio siglo después, el viento sopla en otra dirección, como muestra la polémica que ha suscitado el Memorial de Eisenhower diseñado por Frank Gehry y cuyo principal opositor ha sido nombrado por Trump para formar parte del comité que dirigirá la arquitectura federal. En paradójico contraste con este revival clasicista, en su vida anterior de promotor inmobiliario Donald Trump no dudó en contratar arquitectos modernos para sus rascacielos en Nueva York o Chicago, aunque compensando esta elección con interiores burbujeantemente dorados.

La reacción frente al experimentalismo extremo de algunas corrientes modernas se produjo también en China en 2014, con un importante discurso del presidente Xi Jinping que condenaba ‘la arquitectura extravagante’ y defendía promover obras amables «que inspiren las mentes, reconforten los corazones, cultiven el gusto y depuren los estilos de trabajo indeseables». Al igual que Trump, Xi ofreció entonces ejemplos de lo que debía evitarse, y centró sus críticas en la sede de CCTV en Pekín, una obra icónica del holandés Rem Koolhaas; pero a diferencia de él, no propuso un estilo oficial, como tampoco lo había hecho Mao en su famosa intervención en el foro de Yenan en 1942 o Moynihan en sus ‘Guiding Principles’ para Kennedy veinte años después. El debate que inevitablemente suscitará la orden ejecutiva de la presidencia de Estados Unidos no debería quizá centrarse en el clasicismo, sino en la dudosa conveniencia de imponer un estilo de Estado. 


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