Libros 

La insolencia intolerable

Ai Weiwei’s Memoirs

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La insolencia intolerable

Ai Weiwei’s Memoirs

Luis Fernández-Galiano 
29/03/2022


Las memorias de Ai Weiwei son un extroardinario documento político y artístico. Sus ‘mil años de alegrías y penas’ iluminan los últimos cien de China, porque incorporan a la suya la peripecia biográfica de su padre, el gran poeta Ai Qing (1910-1995); y arrojan luz sobre el proceso creativo, así como sobre la forma en que se enredan la libertad y el poder en las convulsiones de un siglo marcado por la revolución y el totalitarismo. Tras estudiar en París, Ai Qing volvió a China en 1932, y su testaruda independencia intelectual le llevó a las cárceles de Chiang Kai-shek primero, y a diversas deportaciones después en la China de Mao Zedong, a cuyo reducto rebelde en Yunan se había incorporado una década antes de que alcanzara el poder en 1949. Ai Weiwei nació en Pekín en 1957, y solo dos años más tarde debió acompañar a su padre a un lejano campo de reeducación por el trabajo en la frontera rusa —la versión maoísta del Gulag de Stalin—, y poco después a un exilio en la todavía más remota ‘pequeña Siberia’ de Xinjiang. Rehabilitado en 1961, la Revolución Cultural le llevó de nuevo a una aldea primitiva al borde del desierto, no permitiéndosele regresar a Pekín hasta 1975, donde sería rehabilitado por segunda vez —en esta ocasión bajo el régimen reformista de Deng Xiaoping— en 1978.

Decepcionado con «la crueldad y el absurdo de un sistema totalitario», Ai Weiwei se trasladó a Nueva York en 1981, y no regresaría a China hasta 1993, tras una vida bohemia y contracultural en el entorno de Allen Ginsberg y Andy Warhol. Tras la muerte de su padre dos años después, su carrera artística tomó aliento, llegando a representar a su país en la Bienal de Venecia en 1999. Fue por entonces cuando construyó su estudio en Caochangdi, un pueblo a quince kilómetros del centro de Pekín, y esa primera experiencia arquitectónica —inspirada en su radical desnudez por la casa que Ludwig Wittgenstein diseñó para su hermana en Viena— le animó a registrar con el nombre FAKE un despacho profesional desde el que realizaría durante los años siguientes hasta sesenta proyectos públicos y privados, siempre con «un idioma minimalista que hacía innecesarias las visitas de obra, porque los edificios no podían ser mejorados ni empeorados durante la construcción», un enfoque pragmático que asegura promovió un debate hasta entonces inexistente en China sobre la estética arquitectónica.

A su asociación con Jacques Herzog y Pierre de Meuron —a instancias del diplomático y coleccionista suizo Uli Sigg— para participar en el concurso del Estado Olímpico de Pekín dedica media docena de páginas que documentan el proceso de ideación del celebérrimo ‘Nido de Pájaro’, el diseño que tras materializarse como escenario central de los Juegos de 2004 se convertiría en símbolo de la ciudad y aun del país, al incorporarse su imagen a los billetes. Pero su gestación fue extraordinariamente difícil ante la oposición de sectores conservadores de la ciudad y varios académicos arquitectos, que denunciaron la obra en una carta al gobierno denunciándola como colonialismo arquitectónico y un riesgo de seguridad, llegándose a paralizar durante un tiempo y eliminándose finalmente la cubierta retráctil para reducir el coste. «Mi ejercicio de la arquitectura —escribe Ai Weiwei— me hizo entender mejor cómo funcionan las ciudades, pero también más consciente de lo estéticamente inepto y poco de fiar que es nuestro gobierno… al terminar el Nido de Pájaro, ya no quise perder más tiempo con la arquitectura».

En los años siguientes Ai Weiwei desarrolló una carrera artística estrechamente vinculada con su activismo político en las redes, sufriendo innumerables coacciones y un acoso que culminó con su arresto domiciliario en 2010, su detención durtante 81 días en 2011 y la subsiguiente privación de pasaporte. Recuperado en 2015, el ya entonces celebérrimo artista decidió exiliarse, localizando su residencia familiar en Berlín, donde ya había establecido su estudio, y prosiguiendo desde fuera de China su implacable denuncia del totalitarismo que ya había sufrido su padre, y que a él le valió ser censurado por su «insolencia intolerable», la misma que transmite cada página de estas memorias memorables.


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