Me acuerdo de que en España vivíamos tan ajenos al Portugal de Salazar y el Estado Novo que no crucé la frontera hasta después de la Revolución de los Claveles, cuando Franco vivía aún y en Lisboa las flores de los fusiles eran un símbolo y una emoción compartida con nuestro culto maniático a Pessoa.

Me acuerdo de las grandes manifestaciones en la plaza del Comercio de Lisboa, del extraordinario diseño gráfico de los carteles maoístas que tapizaban las tapias evocando la contundencia comunicativa de los primeros tiempos de la revolución cubana, y de la presencia ubicua de los retornados de las colonias.

Me acuerdo de cuando Álvaro Siza era el arquitecto comunista de la Revolución de Abril, el programa SAAL la conjunción feliz de las microbrigadas tropicales y la autoconstrucción alternativa, y Nuno Portas el intérprete urbanístico de las mutaciones portuguesas en el Madrid de Tierno y en la Barcelona de Serra.

Me acuerdo de que Kenneth Frampton ilustraba su regionalismo crítico con una ‘Escuela de Oporto’ formada por Távora, Siza y Souto de Moura, acuñando o difundiendo una filiación mítica que alcanzó especial fortuna, por más que los lazos entre los tres arquitectos fuesen más biográficos que estilísticos o formales.

Me acuerdo de la consagración internacional de Siza con el ‘Bonjour tristesse’ de la IBA berlinesa, un proyecto encargado para el Kreuzberg turco por el sector izquierdista de la Expo que dirigía Hämer, y una obra rechazada por los habitantes que pintaron el letrero y mancharon el blanco meridional con bolsas de pintur a.

Me acuerdo de la fascinación que sentían por Portugal los marxistas italianos de Casabella, y la creación de un vínculo Milán-Lisboa que tuvo como resultado la construcción por Vittorio Gregotti del Centro Cultural de Belém, sobre el que Siza escribió para nosotros un artículo acaso más elogioso de lo razonable.

Me acuerdo de Tomás Taveira defendiendo el enriquecimiento en un congreso californiano, antes del escándalo sexual que marcaría su carrera, cuando su arquitectura era el paradigma postmoderno del Architectural Design de Papadakis que tanto nos incomodaba a los que habíamos conocido el de Monica Pidgeon.

Me acuerdo de la satisfacción con que celebramos el primer premio Mies, que se concedió a Siza por un pequeño banco, así como el Pritzker que obtuvo en el año que España celebró los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla, cuando muchos lo pronosticaban para un Moneo que debió esperar cuatro años más.

Me acuerdo de los pequeños encuentros luso-españoles que se organizaron en torno a las figuras paternales de Moneo y Siza, el espíritu fraternal que se vivía en ellos y la cortesía infalible de los arquitectos portugueses que siempre accedían a usar el castellano ante la incompetencia idiomática de los españoles.

Me acuerdo de la Expo 98, del escepticismo con que esperábamos la habitual cosecha de pabellones y del deslumbramiento causado por la lona de hormigón del de Portugal, sólo unos meses después de terminarse la extraordinaria iglesia de Marco de Canavezes, que nos obligó a conceder a Siza dos portadas seguidas.

Me acuerdo del escaso entusiasmo de los colegas portugueses por el premio Nobel de Saramago, cuando el escritor ya vivía con su esposa española en Lanzarote, donde le traté brevemente con la misma escasa empatía que me ha suscitado otras veces su prosa solemne, severa e impostada de maestro con voz hueca.

Me acuerdo de una semana en Santander almorzando todos los días y casi siempre a solas con António Lobo Antunes, habitualmente encerrado en la habitación de La Magdalena con sus manuscritos tupidos como palimpsestos, sus recuerdos dolorosos de la guerra colonial y su vulnerable voracidad políglota.

Me acuerdo de la curiosidad inquisitiva de Eduardo Souto de Moura por la obra de otros arquitectos, en el fondo tan rara en la profesión, de la agudeza crítica de sus comentarios sobre proyectos recordados o visitados, de su compañerismo cordial en los viajes y de su devoción filial por el talento artístico de Siza.

Me acuerdo de la condición desvalida y la humanidad entrañable de Siza, que conquista a cualquier interlocutor como nos seducía a nosotros en las excursiones compartidas o en las visitas minuciosas a las viviendas autografiadas del Chiado, y que le hizo un español honorario, con obras y discípulos por toda la península.

Me acuerdo del desconcierto con que recibimos el proyecto de la Casa da Música, justificada por Koolhaas como blow-up de una casa unifamiliar, la defensa del fallo del jurado por Souto de Moura, la seducción de la obra tras su traducción al hormigón y la rendición final ante el éxito formal del espectáculo estructural.

Me acuerdo de la ingeniería titánica del Estadio de Braga, de la fuerza propositiva de la implantación del campo de fútbol en una antigua cantera, y de la extrañeza que suscitaba ver en televisión la continuidad entre el césped del terreno y el paisaje circundante cuando se tiraban los córners en los partidos de la EuroCopa.

Me acuerdo de la abrumadora presencia de Portugal en las listas de proyectos seleccionados para el premio Mies de la Unión Europea, del esfuerzo de los catalanes por extender el premio FAD a tierras lusas, y de la sensación de cercanía íntima con las gentes y el paisaje percibida en cada visita a Oporto o a Lisboa.

Me acuerdo de Mísia cantando fados con letras de Pessoa, de Dulce Pontes derramando lágrimas por Lusitania en Eurovisión, de la voz indecible de la Teresa Salgueiro de Madredeus contando historias de Lisboa y de Cesária Évora enamorándonos de su petit pays con un lenguaje incomprensible y cálido.

Me acuerdo de la encuesta que detectaba un leve repunte del iberismo en Portugal, y me pregunto si estos dos países que comparten una pequeña península pentagonal en el extremo occidental de Europa no deberían acaso entretejer más sus políticas como ya entretejen su sociedad, su economía y su cultura.

El texto, que rinde homenaje al libro del mismo título publicado por Georges Perec en 1978, fue redactado para el catálogo de la primera edición de la Trienal Internacional de Arquitectura de Lisboa, celebrada en el verano de 2007, y apareció también en Linha, suplemento cultural del diario Expresso.


Included Tags: